«La sinceridad es el pasaporte de la mala educación»
Enrique Jardiel Poncela

 

¿Cuántas veces hemos escuchado a personas decir con orgullo: «yo soy muy sincero», «yo siempre soy directo, digo las cosas como son, no me ando con rodeos»? ¿Y no les queda a ustedes la sensación de que «sincero y directo» es sólo un eufemismo de descortés, grosero y desconsiderado? Pues frecuentemente así es.
Hoy en día los medios de comunicación, libros de autoayuda y consejos de expertos en psicología y relaciones humanas continuamente hacen énfasis en la importancia de la sinceridad, en decir la verdad, en ser transparentes y honestos. Establecen la sinceridad como la mejor política, pero la realidad es que no siempre es así. La sinceridad está sobrevalorada y principalmente mal entendida.
Para mucha gente ser «sincero» se ha convertido en un arma para lastimar a otras personas, al convertirse en un pretexto para decir algo que los hace sentir mejor pero que finalmente daña a otros.
La pregunta del millón es: ¿Cómo saber cuándo es sinceridad y cuándo es sincericidio?
Comentarios sobre la apariencia física de alguien. No se necesita ser muy inteligente para saber que decir algo como: «Sí, estás gorda, pareces tinaco, deberías comer menos» es por demás hiriente. ¿Es necesario ser brutalmente sincero en este caso? Claro que no.
Críticas en general. Somo muy dados a criticar todo y a todos: las formas de pensar, de vestir, las creencias religiosas, las preferencias políticas, ya no digamos las sexuales; la pareja de alguien, la familia, sus hijos, etc. Para quienes son aficionados a practicar el «sincericidio» son grandes oportunidades que nunca dejan pasar. Simplemente no digas cosas que no te gustaría que te dijeran.
Información sobre tu pasado romántico a tu pareja actual. Es muy común que al iniciar una relación la nueva pareja quiere saber todo sobre nosotros y nosotros queremos abrirnos y ser honestos. ERROR. Por mucho que nuestra pareja pregunte, en realidad son cosas que en el fondo prefiere no saber, y en muchos casos llegará un punto en que esa información será usada en nuestra contra. Mejor guarda para ti los detalles de tu pasado.
Confesar una infidelidad. Este es un tema espinoso. Aquí es necesario hacer un examen de conciencia. ¿Por qué quieres confesarlo? ¿por una necesidad de honestidad, porque crees que es justo que lo sepa y poder hacer «borrón y cuenta nueva» o simplemente porque el peso de la culpa es tan grande que quieres quitártela de encima para sentirte mejor? La primera razón es buena, la segunda es egoísta, porque no estás pensando en cómo se sentirá tu pareja, estás pensando sólo en sentirte mejor tú.

 

Si tu motivación es egoísta puede volverse un juego peligroso: hacer constantemente cosas que lastimen a tu pareja y luego confesarlas para sentirte mejor, mientras la otra parte se siente cada vez peor y se convierte en tu basurero emocional.
Lo mismo sucede cuando se vuelve una dinámica constante hacer comentarios hirientes justificados como honestidad con argumentos como «¿pues qué quieres que te diga, que te mienta?»
Un buen parámetro para saber cuándo es bueno sincerarse y cuando no, es considerar la utilidad del comentario y el daño que pueden provocar nuestras palabras. La mayoría de las veces la cortesía es más importante que la sinceridad, no importa si es la «verdad»; además, con frecuencia la verdad es relativa, es una percepción personal y cultural formada por tu propio esquema de valores.
Por otro lado, siempre hay opciones, se puede decir lo mismo pero de una manera más amable y considerada.
Así que ya sabes, cada que te encuentres en el dilema de ser sincero o sincericida recuerda la frase: «Si no tienes nada bueno que decir, mejor no digas nada».
Columna  publicada originalmente en:  revista Cancuníssimo edición noviembre 2012.

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