«El odio es la venganza de un cobarde intimidado»
George Bernard Shaw 
¿Se han puesto a pensar lo bien domesticados que estamos?
Como muñequitos de madera, cuidadosamente acomodados en la caja. Seguimos las reglas que nos imponen y arrastramos hacia adentro a cualquiera que se quiere salir del molde, y si no logramos arrastrarlo, entonces lo marginamos.
¿En qué momento nos encadenamos a nosotros mismos? ¿Cuándo decidimos que era buena idea reprimir nuestra individualidad para tratar de ser iguales a los demás? ¿Y lo decidimos, o sólo lo asumimos?
Aquí estamos, totalmente adaptados a reglas de conducta que no son más que un convencionalismo social. Usamos un código de ropa, de lenguaje, de aficiones, de hábitos; todo un estilo de vida dentro del paradigma establecido.Y sólo aceptamos lo que reconocemos como parecido a nosotros. Nos asusta lo diferente.
Sin embargo, en algún nivel llevamos una máscara social. Damos una cara al mundo para ser aceptados pero tenemos otra oculta.
Lo cierto es que todos somos freaks. ¿Quién no tienen sus esqueletos bien escondidos en el armario? Algunos tienen pequeños secretos, pero otros ocultan historias tan sórdidas que harían las delicias de la prensa amarillista. Extrañas manías, oscuras aventuras, miedos irracionales, complejos absurdos o anhelos inconfesables.
Aunque para algunos es más fácil llevar la máscara que para otros. Cuando naturalmente encajas en lo políticamente correcto (y tus trapos sucios son menores o fáciles de ocultar) no tienes problema. ¿Pero qué pasa cuando tu forma de vida o de pensar, choca por completo con lo que la sociedad, en su momento histórico, aprueba? ¿Qué sucede cuando ser tú mismo te convierte en un paria? ¿Qué camino eliges?
Ser auténtico en esos términos es un reto que suele cobrar un alto precio. La vida es más fácil cuando te mimetizas con el entorno y le dices a la gente lo que quiere oír.
La comunidad LGBT, por ejemplo, aún carga con el estigma de rechazo y odio. En general, existe una regla implícita del tipo Don’t ask don’t tell.
Y es así en casi todos los ámbitos de sus vidas, forzados a ocultar quienes son. Y en caso de que tengan el valor de no negarlo, ¡ni se les ocurra demostrarlo en un lugar público! Dios nos libre de que un niño sea testigo de una muestra de amor homosexual. ¡Seguro traumatizaría su existencia! (eso sí, que el niño vea descabezados en las noticias y juegue a despedazar personas en el Xbox no es problema).
Aunque existen avances en la lucha por sus derechos, y aunque creamos que están integrados al entorno social, la realidad es que aún viven en un mundo distinto, Un mundo donde son discriminados, humillados y hasta asesinados, por «amar diferente». Por lucir diferente. Como sucede también con quienes tienen hábitos o gustos extravagantes que «incomodan» a los demás.
¿No es absurdo que pretendamos controlar cómo viven otros su vida?
¿Por qué vivimos etiquetando al gay, a la promiscua, al tatuado, al nerd?
¿Por qué tenemos tanto miedo de la libertad de alguien más?
¿No sería más sano abrazar la pluralidad en vez de reprimirla?
Durante mucho tiempo han existido movimientos contraculturales que buscan espacios de expresión radical, una rebelión contra la homogeneidad de conceptos que procura el sistema.
Desde los hippies y las tribus urbanas, hasta festivales como Burning Man, pasando por los desfiles gay, en los que muchos salen a las calles con el disfraz más provocativo a decirle al mundo «Este soy yo ¿y qué?», o sitios como Harajuku en Japón, donde los jóvenes se exhiben con atuendos avant garde; todos son espacios que tienen como premisa un concepto muy manoseado pero poco practicado en la realidad: La libertad.
¿Alguna vez han querido liberarse de todo lo que los ata en su vida? ¿O al menos, de una buena parte de ella?
¿Qué harían si de pronto, pudieran ser libres del todo?
¿Qué harían si un día pudieran hacer lo que quisieran, sin consecuencias? (que no me refiero a actos criminales ¿eh? que esto no es The Purge).
¿Qué harían si hubiera una especie de amnesia espacial y temporal, un break en la línea de tiempo y ese día fuera como si no hubiera existido?
¿Que harían si desapareciera ese miedo a las consecuencias? ¿Qué comerían, a dónde irían, que vestirían? ¿Saldrían desnudos a la calle cantando a todo pulmón Don’t stop me now? ¿Le dirían a su pareja lo que nunca se han atrevido?
¿Se irían a pasar el día a una comuna hippie?
 
¿Qué pasaría si por una vez, pudieran perder todo el control y dejarse llevar por el momento, por la velocidad, por la música, por los siete pecados capitales, por sus sueños de infancia reprimidos, por lo que sea que los haga sentir vivos, vivos de verdad?
 
Tal vez los freaks de vanguardia son quienes realmente han evolucionado, atreviéndose a vivir en un plano superior de libertad, rompiendo las reglas y siguiendo solamente sus deseos, mientras el resto de nosotros, los bien adaptados, vivimos atrapados en nuestras camisas de fuerza autoimpuestas.
¿Qué tan libres somos? ¿podemos «romper el hechizo» y ser como se nos hinche la regalada gana ser? ¿Y estamos dispuestos a pagar el precio?

Arrivederci

Columna Entre Terrícolas, publicada en revista Cancuníssimo en la edición de julio de 2013.

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