Sabía que estaba muerto. No había querido aceptarlo pero ya no había duda. Era ya incapaz de asir la taza de café, no podía dormir, y su mujer jamás lo escuchaba por mucho que le gritara. No era tan terrible estar así, pensaba. Al menos no le dolía nada. Pero en momentos como ese, cuando ella le
tomaba la mano, y él veía en sus ojos su profunda desesperanza y cansancio, solo tenía un deseo: morir de verdad.

 

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